Evangelio según San Juan 8,12-20.
Jesús les dirigió una vez más la palabra, diciendo: "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la Vida".
Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale".
Jesús les respondió: "Aunque yo doy testimonio de mí, mi testimonio vale porque sé de dónde vine y a dónde voy; pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy.
Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie,
y si lo hago, mi juicio vale porque no soy yo solo el que juzga, sino yo y el Padre que me envió.
En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido.
Yo doy testimonio de mí mismo, y también el Padre que me envió da testimonio de mí".
Ellos le preguntaron: "¿Dónde está tu Padre?". Jesús respondió: "Ustedes no me conocen ni a mí ni a mi Padre; si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre".
El pronunció estas palabras en la sala del Tesoro, cuando enseñaba en el Templo. Y nadie lo detuvo, porque aún no había llegado su hora.
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermones sobre el evangelio del san Juan, nº 34
La luz del mundo
Las palabras del Señor: «Yo soy la luz del mundo» son, a mi parecer, claras para los que tienen ojos capaces de participar de esta luz; pero los que no tienen más ojos que los del cuerpo se sorprenden al oír que nuestro Señor Jesucristo dice: «Yo soy la luz del mundo». E incluso es posible que haya quien diga: ¿Cristo, no será este sol que a través de su amanecer y su ocaso determina el día?.... No, Cristo no es eso. El Señor no es ese sol creado sino aquél por quien el sol fue creado. «Por medio de él se hizo todo y sin él no se hizo nada de lo que se ha hecho» (Jn 1,3). Él es, pues, la luz que ha creado esta luz que vemos. Amemos esta luz, comprendámosla, deseémosla para poder un día, conducidos por ella, llegar hasta ella y vivir en ella de manera que ya no podamos morir...
Veis, hermanos, veis, si es que tenéis unos ojos que ven las cosas del alma, cual es esta luz de la que el Señor habla: «El que me sigue no camina en las tinieblas.» Sigue este sol y veremos como tú ya no andarás en las tinieblas. Hele aquí que se levanta y viene hacia ti; el otro sol, siguiendo su curso, se dirige a occidente; pero tú debes andar hacia el sol naciente que es Cristo.