Evangelio según San Lucas 24,1-12.
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro


y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea:
'Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'".
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Segunda Homilía para la Noche de Pascua; PLS 2, 549-522

“No es oscura la tiniebla para ti, pues ante ti la noche brilla como el día.” (Sal 138-12)
Nuestra condición mortal nos obliga a dormir para restaurar las fuerzas, y por tanto, interrumpir nuestra vida por esta imagen de la muerte que es el sueño, aunque nos deje una brizna de vida. Así, todos los que viven en la castidad, en la inocencia y en el fervor se preparan, sin duda alguna, a la vida de los ángeles. Como contrapartida de la muerte encuentran la eternidad... Ahora, hermanos míos, escuchad algunas palabra que voy a decir sobre la vigilia que celebramos esta noche:
Nuestro Señor Jesucristo ha resucitado de entre los muertos al tercer día. Ningún cristiano tiene duda alguno sobre este particular. Los santos evangelios atestiguan que este acontecimiento tuvo lugar esta noche... Nosotros subimos de las tinieblas a la luz y no de la luz a las tinieblas. El apóstol Pablo nos exhorta: “La noche está muy avanzado, el día se echa encima, despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz” (Rm 13,12) ... Velamos, pues, esta noche en que el Señor resucitó y en la que comenzó en su propia carne la vida eterna de la que os he hablado ahora mismo, la vida que no conoce ni fatiga ni muerte. La carne que resucitó del sepulcro ya no muere más ni caeré de nuevo bajo la ley de la muerte.
Las mujeres que le amaban vinieron, de madrugada, a la tumba. En lugar de encontrar su cuerpo, oyeron a los ángeles anunciar la resurrección. Está claro, pues, que resucitó durante la noche que precedía esta aurora. Así, aquel cuya resurrección celebramos en nuestras vigilias prolongadas, nos dará participar en su reino en una vida sin fin. Y cuando, a la hora de nuestra vigilia, su cuerpo todavía está en la tumba, antes de resucitar, nuestra vigilia conservaría todo su sentido ya que se durmió para despertarnos, él que murió para que nosotros vivamos.