Evangelio según San Juan 12,44-50.
Jesús exclamó: "El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió.


Y el que me ve, ve al que me envió.
Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.
Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo.
El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día.
Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar;
y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó".

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

Benedicto XVI
papa 2005-2013
Encíclica Spe Salvi, § 26

«No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo»
No es la ciencia la que rescata al hombre. El hombre es rescatado por el amor. Esto es válido ya en el dominio puramente humano. Cuando alguien, en su vida, hace la experiencia de un gran amor, para él se trata de un momento de «redención» que da un sentido nuevo a su vida. Pero, muy pronto, se dará cuenta de que este amor que le ha sido dado no resuelve, por sí sólo, el problema de su vida. Se trata de un amor que sigue siendo frágil; puede ser destruido por la muerte. El ser humano tiene necesidad de un amor incondicional. Tiene necesidad de poseer la certidumbre que le hace decir: «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto, con una certeza absoluta, entonces –y solamente entonces- el hombre es «rescatado», sea lo que fuere que le suceda en un caso particular.
Es lo que se quiere decir cuando se dice: Jesucristo nos ha «rescatado». Por él hemos llegado a ser, ciertamente, de Dios –de un Dios que no es una lejana «causa primera» del mundo- porque su Hijo único se hizo hombre, y de él puede cada uno decir: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Gal 2,20).