Evangelio según San Lucas 24,46-53.
Jesús dijo a sus discípulos: "Así esta escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,
y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.


Ustedes son testigos de todo esto."
Y yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto".
Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo.
Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
Los discípulos, que se habían postrado delante de él, volvieron a Jerusalén con gran alegría,
y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.

Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

San Gregorio Magno (c. 540-604)
papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre los Evangelios, nº 29

Que el amor nos haga seguirle
“El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios” (Mc 16,19). De esta manera volvió al cielo de donde era, volvía al lugar donde seguía permaneciendo; en efecto, en el momento en que subió al cielo con su humanidad, a través de su humanidad unía el cielo y la tierra. Lo que queremos señalar en la solemnidad de hoy, hermanos muy amados, es la supresión del decreto que nos condenaba y del juicio que nos condenaba a la corrupción. Porque, la naturaleza humana a la que se dirigían estas palabras: “Eres hecho de tierra y a la tierra volverás” (Gn 3,19), hoy, esta naturaleza ha subido al cielo con Cristo. Por eso, muy amados hermanos, es preciso que lo sigamos con todo nuestro corazón, allí donde sabemos por la fe que él subió con su cuerpo. Huyamos de los deseos de la tierra: que ninguno de los lazos de aquí abajo nos lo impida, a nosotros que tenemos un Padre en los cielos.
Pensemos también en el hecho de que el mismo que ha subido al cielo lleno de dulzura, volverá con exigencia… He aquí, hermanos míos, lo que debe guiar vuestros actos; pensad en ello continuamente. Incluso si tambaleáis entre los torbellinos de este mundo, echad, desde hoy, el ancla de la esperanza en la patria eterna (He 6,19). Que vuestra alma no busque otra cosa que la verdadera luz. Acabamos de escuchar que el Señor ha subido al cielo; pensemos seriamente en lo que creemos. A pesar de la debilidad de la naturaleza humana que nos retiene todavía aquí abajo, que el amor nos atraiga en su seguimiento, porque estamos seguros de que aquel que nos ha inspirado el deseo, Jesucristo, no va a dejar defraudada nuestra esperanza.