Evangelio según San Lucas 9,51-62.
Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén
y envió mensajeros delante de él. Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle alojamiento.
Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén.
Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos caer fuego del cielo para consumirlos?".
Pero él se dio vuelta y los reprendió.
Y se fueron a otro pueblo.
Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: "¡Te seguiré adonde vayas!".
Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
Y dijo a otro: "Sígueme". El respondió: "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre".
Pero Jesús le respondió: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios".
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos".
Jesús le respondió: "El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".
Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.
Bulle Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa
Meditación para la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
“Sígueme”
El Salvador nos ha precedido en el camino de la pobreza. A Él le pertenecen todos los bienes del cielo y de la tierra. Para Él no presentaban ningún peligro; podía usar de ellos al mismo tiempo que conservaba su corazón enteramente libre. Pero sabía muy bien que es casi imposible al ser humano poseer bienes sin subordinarse a ellos y hacerse su esclavo. Por esta razón lo abandonó todo, y con su ejemplo nos ha enseñado, aún más que con sus palabras, que sólo lo posee todo el que no posee nada. Su nacimiento en un establo y su huída a Egipto nos hacen comprender ya, que el Hijo del hombre no tendría un lugar donde reposar la cabeza. El que quiera seguirle debe saber que nosotros no tenemos aquí abajo una morada permanente. Cuanto más vivamente tomemos conciencia de ello, más ardientemente tenderemos hacia nuestra morada futura y exultaremos sólo de pensar que tenemos derecho de ciudadanía en el cielo.